Séptima Edición - 2016
Primer Lugar
Geovanny Verdezoto Sánchez
«51 segundos después, acto 2/ la escombrera» esta pintura tiene varias capas superpuestas de información. Sobre un lienzo pintado con una base gris se vertieron en sesiones separadas chorreones de pintura de varios colores.
Para algunas secciones de estos manchones se dejó que la gravedad haga su trabajo y que la pintura fresca se deslice sobre la superficie mezclándose al azar con otros colores. Otras acciones consisten en goteos y marcas de impactos de pintura, manotazos y golpes bruscos de pincel. A esa capa se sumó una capa de pintura negra, más controlada, que traduce una imagen al parecer de origen fotográfico. Ahí se distingue la volqueta de un camión vertiendo su material y, en primer y segundo plano, destacan en menor escala los rostros de dos hombres que miran hacia el frente. Hay otras figuras en la escena, pero es difícil diferenciarlas pues fondo y figura se funde entre los recovecos del manchón negro entrecortado.
Segundo Lugar
Wilson Paccha Chamba
«4000cm3 de pasión, furia, ficción, magia y miseria» en esta pintura todo es exageración y contradicción. El soporte es estable, blanco, plano, pero no se trata de un lienzo bien preparado o de una lámina especial hecha para la pintura, se trata de dos puertas que, pegadas arman un díptico, un par de objetos encontrados o deliberadamente usados para hacer y no hacer una pintura. La pieza luce desarticulada, es como si muchas personas hubieran actuado sobre ella. Hay gestos que parecen vandálicos, más propios del garabateo tosco, burdo y rápido de los baños públicos el —graffiti de un pene, unos pechos con varios pezones o un ovni así lo delatan–, pero en contraste a estas rápidas eyaculaciones gráficas hay otras representaciones, trazos más cuidados y lentos que detallan iconos como calaveras y corazones con un tratamiento propio de la paciencia del tatuador.
Tercer Lugar
Pedro Gavilanes Sellan
«Casting» esta es una gran pintura, por su tamaño, por el tamaño, que adquiere el torso de la mujer que pretende retratar, pero también por la forma como está pintada. “Parece una foto”, podría decirse, y la frase es prueba del logro cometido, de la pintura como automatismo virtuoso de una práctica cuyo fin es emular la verdad que registra la retina. Pero el diablo está en los detalles, en ver con el cerebro, en imaginar y, al mirar de cerca esta pieza, se ve en ella una amplia variedad de retos pictóricos que no cualquier artista habría detectado y menos decidido enfrentar: la manera como pintó las hebras de cada cana que sale de la mata de pelo negro, o como pinto la tela del saco, los huecos de la prenda de vestir y su eco en los hoyos de los poros de la piel. O los ojos oscuros, con una mirada lela, con una córnea grisácea que evoca una aparente ceguera.